Hermann Bellinghausen: Voces en el coro de la opresión

Written By Unknown on Selasa, 13 Mei 2014 | 15.16

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na voz trepidante pero hueca, como salida del fondo de una lata, dicta dónde meterse, qué creer y sobre todo cuándo quedarse callado. Una voz sin personalidad, mecánica, imperiosa por no humana, de preferencia (suya) acompañada de sirenas y detonaciones, humo, controles en el perímetro. Prodiga la reproducción electrónica de voces parecidas con estática de fondo estridente y tormentosa, que en obediencia a la voz de lata se colocan la careta del casco, enarbolan la coraza y levantan la garra al son de presenten armas.

Una voz cambiante, gritona, o varias que salen del mismo punto del espacio, el monitor que la emite sin cesar, se sorprende de las cosas más peregrinas como la blancura instantánea de un mantel manchado de mole o el efecto divertido de una dosis de basura envuelta en celofán. En su polifonía juega con las emociones personales de la audiencia, retrata ficciones y nos deja en suspenso sobre el destino de las gentes más tontas e inverosímiles de planeta. Otros gritones de la misma madre emisora cantan la epopeya de los héroes deportivos, entreveradas con otras noticias que son atroces, no trivia ni propaganda intencionada, aunque en su atrocidad sean propaganda. Como lo es allí mismo la exhibición casi pornográfica de las bajas pasiones noveladas, los degüellos reales en avenidas y bodegas, y los metafóricos en los programas de concurso sobre la vida real de seres que parecen inexistentes.

Una voz predicante, perentoria y a la vez mendiga, repite al infinito versículos selectos y numerados del devocionario que usted me diga, sea cual sea el palimpsesto de su elaborado cuento. Culpa y Obediencia dicta esa rotunda voz monótona que retumba bajo las cúpulas y nos obliga a balbucir rezos, peticiones, penitencias.

Atrás de la ventanilla de la caja, una voz de espejos sucios y cifras astronómicas habla de deuda, multa, cuota, iguala o mordida. Una voz apegada al reglamento y con respaldo de guardias privados que te sacan del juego a la primera patada.

Una voz de alerta, casi siempre de último minuto, cuántas veces demasiado tarde.

Una voz de típico discurso, puntualizada con ademanes y gestos de oratoria escolar, multiplicada en noticias, anuncios publicitarios o mensajes en cadena nacional (o lo que quede de ella). Dice lo que cree que queremos oír, promete lo que sabe que no va a cumplir, recita números y porcentajes crípticos que pretenden que le creamos. Voz que no debate, sólo existe para ser escuchada. Va de ida, no acepta nada de vuelta.

Casi inaudible, una voz de cansancio. De haber tocado puertas y levantar tanta porquería por unos cuántos pesos. La letanía de quejas por el maltrato laboral, la violencia doméstica, la corrupción cotidiana, el desprecio, el miedo a quemarse en la hoguera de los otros. Una voz de no se va a poder. Una voz de derrota.

Una voz de piedra y fierro. Da ordenanzas obligatorias y terminantes. Su naturaleza es peligrosa. Una voz acompañada del inconfundible crepitar de los fusiles. Estado de emergencia. Suspensión de garantías. Una voz de mando con las dos caras de la moneda indistinguibles, una dice cuidar tu seguridad, con la otra te vigila o te persigue.

Una voz oferta en voz baja sustancias, sensaciones, cuerpos accesibles. Te distrae y te lleva a donde parecen no llegar las voces de la lata, la de la propaganda, la predicante, la reglamentaria, la de alerta, la desalentada voz de la derrota ni la de piedra y fierro. Sin mediar palabra, pagas in situ un puñado de billetes a cambio de una ráfaga de trastorno dichoso.

Una voz intravenosa directamente inyectada en el tímpano sin concurso del aire, mediante pequeñísimas bocinas hipodérmicas que transmiten la anulación total de la distancia. Una voz sorda. Y los sordos gritan, como es sabido. Su círculo vicioso es perfecto para desenchufarnos de lo insoportable.

Una voz de arriba las manos a tiros dice para que aprendan a respetar. Organiza robos de niñas y venta de esclavas, secuestra los rumbos con todo y gente. Nadie respira sin su permiso.

Una voz escéptica, negativa, venenosa. Piensa mal. Mete la duda. Divide y vencerá. Dobla cucharas, encanta serpientes.

Una voz de arena. El viento la peina. Escurre entre tus dedos. Su sonido mudo se borra. Inunda y desnuda por igual. Ella se lleva el tiempo.

Una voz que te odia. Que te instruye que odies, que te odies. Te engaña y quiere que sepas que te engaña y te comportes como si no lo supieras. Te conduce a cometer idioteces y a que te orines en los pantalones, y todo por concederle que te educa y fortalece.

Una voz desesperada adentro de la cabeza. Dicta temor, paraliza. Te vuelve realista, te seca las glándulas y todavía encuentras fuerzas para darle las gracias en el idioma de las gallinas.

(Todas estas voces reunidas. Se suman para que no se escuchen ni tu voz, ni el silencio.)


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