Ninfomanía, tema de exhibición en el Museo Tate Britain

Written By Unknown on Selasa, 13 Mei 2014 | 15.16

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Una ninfa durmiendo, de Thomas Stothard, de fecha desconocidaFoto Tate Britain

Zoe Pilger

The Independent

Periódico La Jornada
Lunes 12 de mayo de 2014, p. 8

La ninfomanía se refiere al apetito sexual excesivo. En fecha reciente el director danés Lars von Trier causó escándalo con su filme épico Ninfomanía, en el cual Charlotte Gainsbourg personifica a una adicta sexual.

Con frecuencia se diagnostica a celebridades con la misma adicción.

Parece que aún estamos obsesionados con la ninfonamía, condición siquiátrica inventada en el siglo XIX para controlar el deseo en la mujer. En ese tiempo se podía diagnosticar con ese padecimiento a una mujer sólo por tener sueños eróticos o por experimentar deseo en cualquier forma. La cura eran sangrías y baños helados y, si no funcionaban, confinamiento en un manicomio. Era una enfermedad específicamente femenina; el equivalente masculino, satiromanía, se diagnosticaba con menos frecuencia.

La ninfomanía deriva su nombre de las ninfas núbiles de la antigüedad clásica, que jugueteaban entre arroyos y ríos en bosques y grutas. Esas deidades menores existían fuera de la polis y, por tanto, fuera de las normas sociales de conducta sexual. Representaban a la naturaleza, sensual e indómita. Hoy día serían diagnosticadas de hipersexualidad.

Una nueva exposición, Bodies of Nature (Cuerpos de la naturaleza), acaba de ser inaugurada en el Tate Britain. Explora la figura de la ninfa en pinturas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, pertenecientes a la colección del museo. Contiene obras de artistas famosos como Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough, así como de otros que han sido ignorados, notablemente Thomas Stothard. Muchas de las obras menos conocidas están dañadas; tienen la superficie agrietada y gastada, lo que contribuye a su encanto. La curación es idiosincrásica; trae a la luz la relación entre el mundo clásico, la Ilustración y la época actual, e ilumina los fetiches que tenemos en común.

A primera vista, las pinturas parecen ser poco más que escenas pastorales sentimentales y levemente pornográficas, nostálgicas de una edad dorada perdida, como la consideraba Reynolds. Sin embargo, ofrecen una visión fascinante de las costumbres sexuales de una Europa que experimentaba un cambio sísmico. Los avances de la ciencia ponían en duda las creencias religiosas. Hubo revoluciones en Francia y Estados Unidos. Y la invención de la enfermedad de la ninfomanía apuntaba al terror de la sociedad hacia la emancipación de la mujer, incipiente pero en crecimiento.

Varias de las pinturas sugieren una inversión de la jerarquía tradicional. Hombres solitarios e infortunados aparecen castrados: más bajos de estatura y más débiles que las ninfas rotundamente femeninas, que en su mayoría operan en bandas. Ellas aparecen volátiles y frágiles, pero voluntariosas. Seducen a los hombres y los dominan. Son precursoras de las vengativas mujeres fatales que los prerrafaelitas tanto se complacían en pintar, así como de la áspera fealdad de las prostitutas en Las señoritas de Avignon, de Picasso (1907).

Uno de los temores más palpables expresados en los cuadros es el de que las mujeres trabajen juntas, como se evidencia en una litografía a color del artista francés Achille Devéria (circa 1838), referente al mito de Hylas, que fue raptado por tres náyades –ninfas de las aguas– y obligado a vivir bajo el agua con ellas. Devéria representa a las náyades jalando al pobre Hylas corriente abajo; él se deja llevar, con los ojos vueltos al cielo como un santo mártir. Las ninfas aparecen fundidas con el agua; sus cuerpos flotan con la corriente, expresando su ritmo inevitable. Hylas aparece vencido, feminizado. Todas las náyades están desnudas de la cintura arriba y una lleva una falda color verde botella, semejante a la cola de una sirena. De hecho, recuerdan a las sirenas de la Odisea de Homero, que con su canto atraían a los hombres hacia la muerte.

El tratado feminista Reivindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, fue publicado en Inglaterra en 1792. Tres años después lo siguió la primera edición inglesa de Ninfomanía, o Disertación referente al furor uterino, del oscuro médico francés DT de Bienville, que tuvo gran influencia. De Bienville hizo la afirmación radical de que el deseo comienza en la imaginación, y atribuyó la ninfomanía a la popularidad de las novelas lujuriosas y las canciones de amor.

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Entre las pinturas de la muestra Cuerpos de la naturaleza destaca Musidora: la bañista alarmada ante la brisa dudosa, de William Etty (exhibida en 1846)Foto Tate Britain

Las mujeres que pasaban demasiado tiempo solas, leyendo, eran las que corrían mayor peligro. Sin embargo, las pinturas de la exposición que muestran mujeres solas son pornográficas, más que introspectivas. Las ninfas no parecen tener vida interior; existen como objetos de titilación, su privacidad es traspasada por el observador.

Así ocurre en varias representaciones de ninfas bañándose. Una de las más impactantes es Musidora: la bañista alarmada ante la brisa dudosa, de William Etty (exhibida en 1846), que aparece como un espectáculo para mirones refinados, inspirado en el popular poema Las estaciones: verano (1730), de James Thomson. La ninfa Musidora aparece bañándose sola en un arroyo del bosque; tiene el cabello húmedo y los senos al aire. Sólo está parcialmente visible, como consciente de que es observada. Significativamente, aparta la mirada del observador.

En el mundo clásico se suponía que las ninfas evitaban ser vistas por mortales. Si un mortal veía una ninfa, corría el riesgo de ser atacado de ninfolepsia, una especie de ataque epiléptico. Tales eran los peligros de la lubricidad. Al obligar al espectador a adoptar una postura de voyerismo, Etty juega con el peligro. No podemos evitar mirarla, y es de suponerse que sufriremos las consecuencias. Una vez más, el deseo es provocado y después castigado. La ninfolepsia también tenía pretensiones espirituales: se refería al anhelo de lo elusivo e intangible.

Como mujeres ajenas a las reglas de la sociedad, las ninfas eran asociadas en el imaginario popular con las prostitutas. En estas pinturas el erotismo es transgresor, inducido por la ninfa misma, cuya carne cremosa y suntuosa parece hecha para dar y recibir placer. En Lolita, la novela de Vladimir Nabokov (1955), Humbert Humbert describe como nínfula al objeto adolescente de su deseo. Confiesa que se está volviendo loco por esta mezcla en mi Lolita de tierna infantilidad soñolienta y una especie de escalofriante vulgaridad. Como Lolita, muchas de estas ninfas parecen ofrecer y rehuir el placer al mismo tiempo. La mujer es idealizada como coqueta, en tanto el macho es absuelto de responsabilidad por su propio deseo depredador.

Ninfa y Cupido, de Joshua Reynolds (exhibida en 1784), es el ejemplo más complejo. Es la única pintura de la muestra en la que la ninfa mira directamente al observador, aunque se cubre la mitad del rostro con la mano. Sólo un ojo es visible: taimado, seductor. Parece estar en una especie de budoir a la intemperie, envuelta la cabeza en un grueso manto rojo que la protege del cielo abierto, el cual es pintado en electrizantes tonalidades de verde. Típicamente las ninfas aparecían al medio día o a media noche –puntos de intenso calor u oscuridad–, pero esta escena transcurre al anochecer. La imaginación del espectador es invitada a especular con las posibilidades de las horas por venir. De esta forma la imaginación erótica de la ninfa se alía a la imaginación erótica del espectador. Ella ejecuta un striptease, o promete que lo hará. La ninfa de Reynolds tiene los senos desnudos, pero su parte inferior está cubierta con una gasa pálida. Su juego es ocultar algo, mostrar algo. Cupido tira de un extremo del arco verde oscuro que ella lleva sujeto a la cintura y parece desvestirla, con lo cual cumple el deseo del observador.

Todas las pinturas son obra de varones, excepto una: un pequeño grabado y aguatinta en papel de Caroline Mary Elizabeth Wharncliffe, que no tiene nada de notable ni sugiere en ninguna forma el sexo de la autora. No es culpa de los curadores, sino de los tiempos. Eran hombres quienes creaban imágenes de mujeres; ellos ideaban cómo eran vistas y, a su vez, cómo se veían a sí mismas. Y fueron hombres los que dictaminaron que padecían una locura. Ser ninfómana en ese periodo podía significar, sencillamente, que era una mujer sana.

La exposición continuará hasta el 19 de octubre.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya


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